María, el alma que sazona la historia de Primitivo.
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- hace 7 días
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En cada finca hay una persona que da sabor a la jornada, que convierte el trabajo en hogar y la pausa del almuerzo en un acto de cariño. En Café Primitivo, esa persona se llama María Marulanda, una mujer que ha hecho de la cocina un puente entre el campo, la memoria y la gratitud.
“Toda la vida he trabajado en el campo”, dice con una sonrisa que refleja años de madrugadas, fogones encendidos y manos curtidas por el trabajo. Nació en Montenegro, Quindío. “Mi familia no fue del campo”, cuenta, “pero la de José sí, y cuando nos unimos hace más de treinta y cuatro años, su vida se volvió la mía también”. Desde entonces, el aroma del café y del guiso casero la acompañan todos los días.
María no estudió gastronomía ni aprendió técnicas en un recetario,su escuela fue la cocina de su casa. A los trece años ya preparaba los almuerzos para sus padres y siete hermanos. “Éramos cuatro mujeres y cuatro hombres, pero a nadie le gustaba la sazón de las otras tres. Diario tenía que ser yo la que cocinara”, recuerda entre risas. Desde entonces, descubrió que cocinar era una forma de cuidar.
Cocinar con amor, servir con gratitud
En la finca Primavera, donde trabaja desde hace años, María es la encargada de alimentar a los equipos de recolección, al personal técnico y a los visitantes que llegan de diferentes partes del mundo. No necesita recetas ni medidas exactas: su secreto está en el corazón. “Lo primero es hacerlo con ganas, con amor y con agradecimiento”, dice. “Porque uno debe ser agradecido con lo que tiene y con lo que Dios le permite tener, y eso también hay que compartirlo con los demás.”
María entiende la cocina como un lenguaje que une. Su mayor satisfacción es ver a todos comer con gusto. “Imagínese uno todo el día cocinando y que llegue la hora de la comida y nadie coma porque está maluca… Muy duro. Por eso me esfuerzo para que quede bien rica, bien preparadita, bien sazonadita.”
El sabor también sostiene una cultura
Más allá del sabor, su trabajo tiene un papel esencial dentro de la cadena del café. Ella misma lo reconoce: “Una buena comida es fundamental, porque he visto que en muchas fincas los trabajadores se van por eso. Que porque la comida está mal hecha o es muy poquita. Aquí no. Aquí comen bien, quedan satisfechos, y eso también los hace quedarse.”
En cada plato que prepara, hay productos cultivados en la misma finca. Fríjoles, plátanos, yuca o mazorcas recién cortadas acompañan los almuerzos de los recolectores. Así, su cocina se convierte en parte del mismo ciclo de sostenibilidad y pertenencia que caracteriza a Primitivo: una finca donde todo se aprovecha, donde nada se desconecta de la tierra.
Cuando le preguntamos qué significa para ella trabajar en Café Primitivo, no duda en responder: “Es una bendición. La unión, la confianza que nos tienen… eso no se encuentra en cualquier parte.”
Y quizás por eso, cada plato que sale de su cocina lleva un pedacito de esa gratitud. En la historia de Primitivo, María representa a esas mujeres que, desde la cocina, sostienen el alma de las fincas cafeteras: guardianas silenciosas de la tradición, el cuidado y la memoria.




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